Tierra de leyenda te desafía... ¿Aceptas el reto?
¡Aquí va otro fragmento!
En este caso lo hago con un pedazo de mi obra, concretamente el inicio del capítulo número cuatro. En el conoceréis a Alfonso de Guzmán, el despiadado señor de Salvaterra do Miño, que aplica su voluntad sin un ápice de piedad... y aquí tan solo una pequeña muestra.
Simplemente tengo una palabra para vosotros: Disfrutad
IV
Condena
Salvaterra do Miño, 26 de septiembre 1351
Los cascos del caballo resuenan como el eco de los tambores de guerra. El jinete apura el galope de su corcel rumbo a la fortaleza de Salvaterra do Miño, propiedad de Alfonso de Guzmán, señor de esas tierras y vasallo feudal del rey Pedro I, hijo del aclamado Alfonso XI de Castilla. En lo alto de una colina limítrofe con el río Miño, se alza el majestuoso baluarte, símbolo de defensa y dominio feudal, pues solo los privilegiados tienen derecho a cruzar las haciendas, cazar en ellas o pedir audiencias ante el señor; en el otro lado del cauce, la fortaleza de Monção, de dominio portugués: la primera línea de protección contra el reino de Galicia.
El hombre llega a la fortificación con el animal exhausto y descubre, extrañado, que las puertas están abiertas. En la zona este del enorme patio, se sitúan una decena de tiendas de campaña, y, en el centro, se encuentra Alfonso de Guzmán. Con el cuerpo cubierto por una gran armadura metálica y la cabeza protegida por un hermoso yelmo con rúbricas de oro, que blande una espada de mano y media, mientras combate contra dos de sus guardias, enfundados en cotas de malla. La maestría de Alfonso en la lucha es extraordinaria: bloquea y contraataca con dureza, y no vacila a la hora de golpear en el antebrazo de uno de sus hombres.
—Si de ti dependiese mi seguridad… —insinúa el de Guzmán, que suelta una carcajada ante los quejidos del guardia.
—Mi señor, creo que… —contesta uno de sus hombres.
—Que venga otro, pero traedme uno que no chille como una mujer —reclama el noble entre risas, dirigiéndose a su pequeño séquito.
—Como deseéis —se adelanta el guardia al que le faltan dos dedos de la mano.
Alfonso, al percatarse de la llegada del mensajero, no puede contener su comentario jocoso: «¿Veis? Esto es rapidez».
—Señor. —El jinete se inclina ante Alfonso.
—No traéis buenas noticias, así que hablad.
—Se está celebrado una boda, próxima al paso del viejo roble, cerca del puente del río Tea —explica el emisario con seriedad—. Señor, dudo que hayan pagado los impuestos por tal celebración.
—¿Los impuestos? —se pregunta Alfonso a sí mismo antes de estallar con rabia—: ¡Los impuestos no me importan! ¡¿Dónde están mis derechos?! ¡¿mis privilegios por nacimiento?! ¡Ensilladme un caballo enseguida! Tomaré lo que me pertenece y los aleccionaré con tal crueldad que nadie lo repetirá jamás.
Espero que os haya gustado, y Tierra de leyenda - el legado de Breogán, siempre estará esperando por vosotros!
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